viernes, 7 de diciembre de 2007

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Y un esclavo carnal la vio sonreír y pensó para si: ¿Qué demonios he hecho yo para merecer éste castigo?...

Ella era como un durazno recién maduro y acabadito de cosechar, su rostro brillaba a la luz del abrazante sol de abril que nos llena de vida y color, su cabello negro azabache y su piel color canela irresistible.... llevaba una campesina blanca, de lino, casi transparente, que dejaba ver la hermosa silueta de su cuerpo acalorado y deseoso de descubrir el amor. Tenia unos ojos color miel, que hechizaban hasta el más recatado y respetuoso de los hombres, sus labios llamaban al deseo infernal de acariciarlos y sentirlos en la propia boca. Pero esto no era lo más difícil de soportar para Enacito, no, lo más difícil era el dulce y delicioso aroma que despedida; un aroma a virgen deseosa de abandonar ese sacro estado, una insoportable fragancia que embrutecía y generaba toda clase de deseos, y más aún dolores, al saber que no la podía tener esa fruta prohibida.

Luego de verla caminar con el cántaro de agua en la cabeza por al menos diez minutos, Enacio pensó: "Pero desta noche no pasa sin que pruebe las delicias de la magdalena. No, aunque me cueste la vida tengo que saborear sus jugos y llegar al cielo aunque me toque pagarlo con una eternidad en el infierno, como dice el señor cura..."

Esa noche, como a las ocho y media, "La magdalena" caminaba solita por una vereda camino a su casa cuando de la nada sintió que la agarraron por detrás y le taparon la boca, pero eso no fue lo más raro, lo extraño fue que ella conocía ese olor acre a sudor de jornalero, que tantas noches recordaba cuando se acariciaba entre las piernas y sentía como si la vida se le iba un instante al cielo; su reacción fue automática; se dejo arrastrar hasta el matocho que la llevaba su captor, que paso a paso se trastornaba más por el dulce olor de su presa......